Querido diario: calidad, cantidad y perfeccionismo
Después de unos meses de desconexión, volví a escribir. Si hubiese estado en el siglo pasado, hubiese dicho que he vuelto a la pluma, pero como estoy en el siglo XXI, he vuelto a los teclados.
La cosa es que nunca dejé de escribir. De hecho, ahora me pagan por escribir. ¿Te lo puedes creer? A mí, que llevo escribiendo desde que supe articular dos frases seguidas, que me presentaba a todos los concursos de redacción del colegio y que abrí este blog por amor al arte y a la risa, ahora me pagan por escribir.
Así que, lo dicho, nunca dejé de escribir. Solo que me puse a escribir cosas serias. Creo que me pasó lo que siempre pasa: la vida. Dejas de lado lo que te apetece para dedicarte a lo que tienes que hacer. Y, como digo en consulta, la obligación mata el deseo. Las obligaciones comen el terreno de las pasiones y los goces y dejas de disfrutar tanto de lo que hacías por placer. Es una tremenda pena, pero es así.
Pero no es solo eso. Hace unos días, vi un reels de una psicóloga a la que sigo en Instagram desde hace un tiempo. En él nos contaba que calidad no siempre es mejor que cantidad. Y eso pasa cuando el perfeccionismo entra en juego.
Cuando una es extremadamente perfeccionista, como es servidora, puede acabar paralizándose ante el miedo de “ay, es que no está todo perfecto como para sacarlo al mundo” y acabamos añadiendo un montón de pasos previos a proyectos que acaban sin ocurrir nunca. Es una mezcla entre miedo y perfeccionismo que hace ese cocktail de procrastinación, que al final es contraproducente. Bien sería mejor hacer cosas, aunque no perfectas.
Me pasa en el trabajo, me pasa en redes sociales y me pasa en este blog. Me pasa cuando quiero comprar ropa y tengo ansiedad por haber cogido unos kilos y mi autogordofobia me tira hacia el suelo.
Que quiero hacer esto, que si vaya idea acabo de tener, que si no se qué… y al final pasaron 2 años desde que tuviste la idea, sigues queriendo hacerla, pero sigues poniendo pegas. Que si no sé editar videos, que si requiere mucho tiempo, que si maquillarse todos los días, que si no todos los posts van a hacer que se partan el culo de la risa…
Vamos, que, entre pitos y flautas, la mitad de mi no aparición por aquí es porque creo que no tengo nada que contar que sea lo suficientemente bueno como para publicarlo. Es como si hubiese dado un paso atrás, porque así estaba antes de crear la web, era una de las cosas que me frenaban antes de abrir este espacio.
Que es imposible que todos los posts sean de echar la lagrimilla de la risa y no querer quitar la vista de la pantalla. Es que ni siquiera los que son así le gustarán a todo el mundo. Que lo importante a veces es ir haciendo cosas poco a poco e ir mejorando en el proceso.
Me pasó con este post, me pasó con el Instagram profesional y espero poder volver al camino. Aunque he de decir que el estrés, los agobios y la vida en general, no ayudan.
Porque esa es la cosa. Lo dicho, lo que siempre pasa: la vida.
Así que me tomé unas vacaciones de los placeres que parecían obligaciones y de las obligaciones que parecían placeres. Dejé de escribir unos y otros. Dejé de sentirme obligada a escribir aquí y allá. Y lo que tenía que escribir por obligación, lo escribí todo de golpe para tenerlo preparado. Y ale, a disfrutar. A «desconectar para volver a conectar», como Dulceida del instagram.
Y me ha servido bien.
Ahora estoy aquí, cargada de energía, con ideas nuevas. Con ganas de tirar hacia adelante sin miedo. Con ganas de ejecutar esas nuevas ideas, aunque no sean perfectas, que perfecta solo es Beyoncé y seguro que tiene espinillas, estrías y fotos en las que sale algo menos favorecida. Como todas.