Querido diario: me quedé en cerrada en el baño y esto fue lo que pasó.
No, esto no me ha pasado recientemente, porque con todo el coronavirus, qué putada. Pero creo que merece la pena contarlo. Era yo jóven y lozana (como ahora, vaya), estaba preparando la selectividad en un centro de estudios…
Sicilia, 1930…
..cuando, de repente, sin yo pensar mucho en ello, me entraron ganas de utilizar el servicio. Vamos, que me meaba viva.
Como de aquella el teléfono tampoco era una cosa tan de vida o muerte como ahora, no me lo llevé conmigo. Confiada, lo dejé encima de la mesa donde estaba estudiando, y me dirigí a mi destino.
Quién me iba a decir a mí que iba a acabar necesitandolo como el comer. Porque, después de hacer equilibrios para mear y todas esas cosas que ya sabemos que pasan, fui a abrir y la puerta no abría.
Le daba a la manilla y nada. Que no había manera. No había puesto ni el pestillo porque en el centro de estudios estábamos cuatro gatos, que era julio. Menos mal que había ido a estudiar con una amiga que vino al baño justo después de mí y le dije que la puerta no abría.
Se montó la de San Quintín. Nosotras no eramos capaces a abrir la puerta. Llamamos a los conserjes y tampoco podían abrir la puerta. Llamaron a un par de chavales de gimnasio que había por ahí estudiando haber si podían tumbar la puerta. Pues tampoco.
Los conserjes pensaban que era una cosa del pestillo. Yo les decía que no, más que nada porque no lo había puesto, que era cosa de la manilla. Si yo lo entiendo, ¿cómo iban a hacer caso a la idiota que se había quedado encerrada un domingo por la tarde? Pues nada, ni puto caso. Asi que al final hubo que llamar a los bomberos para que que desinstalasen las visagras de la puerta para poder salir, libre como el viento.
Menos mal que tenía sitio para sentarme, porque estuve encerrada en ese baño dos horas tranquilamente. A esas alturas ni equilibrios, ni ostias.
QUE VINIERON LOS BOMBEROS, AMIGAS. Es que de verdad, qué vergüenza. Cinco bomberos, nada más y nada menos. Me sentí como un lindo gatito al que tenían que bajar de la rama del arbol.
Ni confirmo ni desmiento que varias amigas, después de escuchar esta historia, no se despegan del móvil cuando están en el excusado. Ni yo tampoco. No sería la primera vez que en una cita Tinder doy la vuelta a por el móvil cuando estoy ya de camino al baño, y luego me toca explicar que no es para dar parte de la cita (QUE TAMBIÉN, PA QUÉ MENTIR) sino porque soy una panoli que se quedó encerrada en el baño y no quiero repetir la experiencia. Si no huyen, buena señal.
Asi que ya sabes, pa la próxima llévate el móvil al baño. No vaya a ser.
2 Comments
Susana
Hola Natalia
No comentas nada de los bomberos, no merecían la pena, no te ponen los uniformados, o estabas tan avergonzada que ni miraste pa ellos???
Un saludo
SusanaVips
Natalia Cachafeiro
Pues me daba tanta vergüenza que preferí ni mirar, no fuera a ser… jajajaja