Salir del barro
Escribí un post donde decidí embarrarme. Hasta los pelos. A pesar de la hostia. Y así lo hice.
Me zambullí de cabeza y sin ningún tipo de arnés a una piscina de lodo. No demasiado profunda, así que la hostia fue cojonuda, la verdad. No fue la hostia como la había imaginado. De hecho, de todos los escenarios posibles, puede que ese fuera el único que no había contemplado.
Cuando sales del fango y te duchas, entonces llegan las preguntas: Como te sientes. Como lo afrontas. Que si te arrepientes de haberte embarrado. Que si desearías no haberle conocido…
Pues mira, me siento mal. No nos vamos a engañar. La hostia me ha roto el corazón, las entrañas, los pulmones, los huesos y hasta la garganta. Y ahora lo que toca es tirar hacia adelante.
Además, me joden muchas cosas. Me jode que siga apareciendo su conversación en “conversaciones frecuentes”, que el emoji de la llama tenga otro significado para mí ahora y no poder leer a George Orwell, me jode su cobardía y me jode echar de menos las conversaciones hasta las dos de la mañana. Porque en el fondo, muy en el fondo, bajo todas las capas de mala hostia, bordería, de deslenguada y de hijoputismo, hay un ser blandito que pocas veces da la cara y muestra el dolor, porque se lo traga.
¿Me arrepiento de haberle conocido? Nunca. Tal vez me arrepiento de no haber visto que en realidad no merecía la pena, que no era quien decía ser o que tal vez al final me la iba a meter doblada y no iba a saber más de él. Pero fingía demasiado bien, así que en realidad tampoco puedo arrepentirme de eso.
¿Que si me arrepiento de haberme embarrado? Tampoco. No voy a mentir, hubo un momento en el que dije que sí, y también dije que ojalá no le hubiese conocido, pero no era cierto. No es cierto por la sencilla razón que es que creo en esas cosas, creo en el sentir, creo en el arriesgarme y creo en llevarse hostias.
Creo que llegará alguien que no sea un capullo, y creo que ese día tomaré de nuevo el riesgo de embarrarme y no me saldrá mal. O me saldrá mal, pero de manera diferente y habrá merecido más la pena. Pero lo que tengo claro es que espero que la próxima vez que me embarre, el otro decida embarrarse conmigo. Sin miedo, sin censura. Hasta los pelos.
Porque creíamos ser Mónica y Chandler, pero en realidad eramos Joey y Rachel.