Jungla de la noche: el tio y la grapadora.
Es probable que el título de demasiada información inconexa. Vamos a ver otro capitulo de la Jungla de la Noche.
Recapitulemos.
Era una fría noche de octubre…
Y nos marchábamos a casa después de salir de fiesta. Pero a una hora prudente, no te vayas a pensar.
Me estoy despidiendo tranquilamente de mis amigas, como quien no quiere la cosa, como cualquier persona, yo que se. Entonces, vemos a lo lejos un grupo de maromos bastante perjudicados que se acercan a nosotras.
Digo bastante perjudicados porque el cocktail molotov que debían llevar encima era cojonudo. Alcohol había fijo, porque el aliento era de esos que cuando abren la boca el aliento hace que te piquen los ojos y quieran saltar de las orbitas. Además, debían llevar más hierba fumada que ni Groot cuando florece. Otras sustancias, probablemente, pero como estaba fijandome más en el utensilio que tenía uno de ellos en la mano, no me dio tiempo a analizar más.
Que uno de ellos tenía una grapadora industrial metálica y se dedicó a hacer el gilipollas dar por culotocar los huevos, dejémoslo en jugar con ella. Jugar con ella en la cara de mis amigas.
Que yo que se, que igual era el hijo del señor de Bricomanía o un extrabajador traumatizado de Leroy Merlin. Pero aun así, normal, lo que se dice normal, normal, no era. Pues como no me puedo estar callada, porque una es así, yo voy y le contesto. Y viene a intentar graparme la cara a mí, claro.
Pues no, es que no iba a graparme la cara. Decidió que era mucho mejor intentar meterme la lengua hasta la tráquea.
Ahí estaba yo: flipando con la estampa de ver un tío delante de mí con un pedo que ni Alfredo que se me abalanzaba con la boca entreabierta, después de intentar graparme la cara y haberle llamado gilipollas, y ante la expectación de mis amigas, que miraban ojipláticas y de sus amigos… que bueno, no debían de ver demasiado porque estaban tan ciegos como él.
Entonces hice lo que cualquier mujer con principios hubiese hecho.
El limbo.
Torneé mi espalda en un ángulo quasiperfecto de 90º, de manera que el susodicho individuo casi cae encima de mí.
Y lo acompañé de un dulcísimo:
Pero ¿qué haces, gilipollas?
Por supuesto, como cualquier macho haciendo cosas de machos, al darse cuenta del rechazo…
Bueno, primero lo procesó. Que le costó (pedal cojonudo, recordemos). Para cuando lo procesó, nosotras nos habíamos ido.
Debíamos estar a unos 20 metros, caminando las cuatro al más puro estilo Sexo en Nueva York cuando de repente vemos un proyectil pasar de largo al lado de nuestros pies.
La. Puta. Grapadora.
Sí, ante el rechazo me tiró la grapadora. Podía haberme llamado puta, pero me lanzó la grapadora. Me llega a rozar la grapadora y me revienta un tobillo.
Luego les pareció muy gracioso coger un extintor y vaciarlo en la calle.
Una pequeña muestra de lo que te puedes encontrar en la jungla de la noche. Todo muy normal. Que luego me digan que Oviedo es tranquilo.