El sexo y yo,  Reflexiones

El mito de los comienzos

Hoy vengo a hablar de algo de lo que nadie habla: de los comienzos. En concreto, del mito de los comienzos.

El mito de los comienzos se parece al mito de la caverna de Platón: vivimos entre sombras de las relaciones de los demás, las que nos han enseñado en las películas, los libros y las series de televisión en las que nada es lo que parece, y todos creemos que los comienzos son perfectos y maravillosos. Si no, no merecen la pena. Cuando te das de bruces con la realidad al salir de la cueva y experimentar que los comienzos también tienen lo suyo y sus cosas malas, lo cuentas y quieren matarte. Porque entonces no lo estás haciendo bien.

En realidad, lo único que estás haciendo es romper su burbuja.

Cuando empiezas algo, lo que sea, con alguien, siempre se menciona la parte buena (que es la mayoría, dicho sea de paso): los nervios en el estómago, las ilusiones, el subidón de que te escriba, que te proponga cosas, proponer cosas, planear, las fichas…

Lo que nadie te dice es la parte mala que todos vivimos de ese mismo fenómeno: los nervios porque igual las ilusiones que te estás haciendo te están quedando preciosas pero luego se puede ir a la puta, el subidón de que te escriba y no saber si va a volver a ocurrir, la incertidumbre que llega en determinado momento por no saber el rumbo, las fichas que no sabes lo que significan…

Lo que todo el mundo te dice es “déjalo fluir”, “es que las cosas son así”, “no fuerces”, “a ver a donde os lleva”… Mi favorito personal es el “eres sexóloga, no deberías rayarte por estas cosas”. Claro, como si los médicos no cogiesen gripes o coronaviruses, guapas.

el mito de los comienzos
«dijili fliir», ni li pidis cintrilir tidi».

Es que yo no sé dejar las cosas fluir, yo necesito saber o la vida se me hace bola. Me da igual que las cosas sean así, yo con los comienzos lo paso bien y mal casi a partes iguales. La incertidumbre me toca la polla, porque yo dedico un tiempo extraordinario de mis días para saber qué quiero y qué no respecto a muchísimos temas y ese está incluido. No fuerzo, pero necesito poder entender qué está ocurriendo.

Quizás tengo alma de ingeniera y necesito que todo esté cuadriculado y comprensible para poderlo procesar. Pero no me importa.

No me importa, de verdad.

Otro clásico favorito personal es el “pero no hables tanto las cosas que lo vas a asustar”. A ver. Pero vamos a ver, what the fuck me estás contando, hamija. ¿Cómo quieres que no hable las cosas con la persona a la que estoy conociendo? ¿Qué clase de sentido es ese?

Es como cuando Phoebe le dice a Mónica que su madre le decía que tenía que guardarse las cosas sobre su matrimonio en lugar de hablarlas: incongruente. Si estoy con alguien y quiero que funcione, como polvo, como follamistad, como rollo de verano o como pareja, habrá que hablar las cosas, joder. Cómo nos cuesta.

Que sí, que yo seré muy comunicativa. Quizá en exceso. Y soy consciente de que, en el mundo en que vivimos, donde todo se da por hecho y nadie habla nada, asusta. Pero es que para que las cosas funcionen hay que hablarlas y peritarlas.

Para eso también soy igual un poco ingeniera, sin ser yo nada de eso.

el mito de los comienzos

Otra cosa muy mitificada y de la que nadie te habla es del doble rasero que tiene el hecho de conocer a alguien. Porque, inconscientemente, cuando conocemos a alguien nuevo que tiene cosas que nos gusta, rellenamos huecos. A veces lo que rellenamos coincide y otras no, pero luego vas sabiendo más cosas y teniendo que borrar y rellenar con lo que es y no con lo que tú creías/querías que fuese.

Es casi como copiar en un examen: vas comparando lo tuyo con lo que tiene el otro y al final tu examen acaba lleno de tachones. Lo mismo con tu idea de la otra persona, llena de tachones de ir rellenando con al realidad de lo que vives.

¡Ay, amigo!, eso también es jodido que te cagas. Igual creías que encajabas con alguien de puta madre y resulta que no, o igual te llevas una sorpresa para bien. Esa incertidumbre en torno a la otra persona es emocionante, pero también preocupante. ¿Y si esto que es súper importante para mí en realidad no le gusta? ¿y si no me hace ni puto caso? ¿O si soy una pesada?

el mito de los comienzos

A mí, me agobia. Cuantos más tíos conozco, más entiendo a mis amigas emparejadas desde hace 3947294237 años que dicen que les daría toda la pereza del mundo conocer a otra persona. Aunque luego sea mentira, porque luego todos queremos vivir la emoción. Pero no está de más recordar que la emoción no es solo emoción, son muchas otras más de las que nadie te habla y no siempre son agradables.

Como los embarazos, que se empieza a hablar AHORA, después de miles de años de embarazarse y parir, de lo que es en realidad un embarazo, que no es un camino de rositas, amigas, es un proceso largo, con muchos cambios y con cosas buenas pero también malas.

Pues esto igual, es como un embarazo mental. Todo el mundo cree, extiende y habla de lo maravillosos que son “los comienzos”, el conocer gente nueva, que te guste, que te haga caso, ligar un poco, ligar otro poco, ver si cuela, conocer al otro en profundidad… pero poco se habla de que en los comienzos también se pasa mal. Y pasarlo mal, también está bien.

Luego pasan unos meses, y te ríes con el otro de lo nerviosa que estabas la primera vez que quedasteis, de lo que pensaste, de lo que te daba miedo y de la gracia que te hizo aquel comentario y ya está. Porque pasarlo un poquitín mal, en este contexto, merece la pena.

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