Estoy hasta el coño
Pues eso. Así me hallo: hasta el mismísimo. Igualita que en la foto. ¿Sabes esas veces en las que no puedes más? ¿En las que te dicen hola y tú solo quieres mandar a la gente a la mierda? ¿Qué parece que estás premenstrual constantemente? Pues así. Exactamente así, es como estoy. Hasta el coño.
Hace poco hablamos de todo lo que podría ser, pero no soy, a cuento del reto that girl y blablablá. Pues me hallo profundamente cansada de estar hasta el coño y tener que hacer como que soy un adulto funcional, tranquilo y trabajador para el sistema, cuando en realidad solo quiero ver el mundo arder.
Que si come bien, hazte unos kilómetros al día, vete al gimnasio, trabaja, haz de secretaria tuya en el trabajo (porque no se te olvide ni por un momento que eres autónoma, guapa), del médico cuando te llama, de los que quieren ir de visita a ver a tu familiar que está enfermo y de tu hermana pequeña que depende en mayor o menor medida de ti. Y todo, con una buena sonrisa, que para algo eres la fuerte y te ha tocado en San Benito de tener que lidiar con esto.
Porque sí, hay gente que cree que eres un robot sin sentimientos y que no te afecta nada. Esto es así. Y de eso, también estoy hasta el mismísimo coño. Y lo creen porque como la vida me da hostias constantemente y yo sigo para adelante, pues entonces pa la próxima ya lo dan por hecho. Eso de que puedas tener sentimientos y sentir dolor, cansancio, fatiga o no llegar a rendir o cumplir tanto como esperan, parece que no entra en el imaginario colectivo.
Porque tienes que estar para todo y para todos. Hasta romper.
Pues, ¿sabes que te digo, querida? Que yo me planto.
Que estoy cansada de parecer una ministra que tiene que dar explicaciones y a la que se le tiene un nivel de exigencia desmesurado, cuando lo que está en juego no es ningún país, sino que es su propia vida. ¿Por qué tengo que dar ruedas de prensa constantes defendiendo mis decisiones vitales, cuidados o ideas? ¿Por qué esta exigencia, cuando lo que me juego es cosa mía? Que no, que se acabó. Quo puedo más. Así que hasta aquí hemos llegado.
Que estoy hasta el moño de dar explicaciones a quien ni las merece, ni las necesita, porque lo único que quieren es juzgar sin tender una mano siquiera.
Que no aguanto más el tener que poner buena cara y que me haya tocado el papel vital de tirar del carro sin que a nadie le importe ni cómo, ni cuándo, ni si tengo fuerzas para tirar. Pero como lo hago, pues ya está. La fortaleza no es una virtud, por desgracia, aunque nos la vendan como tal.
Me he cansado de cuidar a todo el mundo sin que nadie mire para mí. Hasta aquí.