Feliz día de muertos, difuntos, todos los santos y samain
Soy mucho más de Halloween que de Navidad. No me escondo. Siempre me ha llamado la atención todo lo relacionado con esta fiesta tan «yanki» y tan extraña en la que se juntaban calabazas con sustos, muertos y disfraces. Mi profesor de inglés de secundaria era americano y nos enseñó un monton de cosas que tienen que ver con la tradición, a hacer dulces tradicionales y a tallar calabazas. También me alucina el Día de Muertos, que se celebra en México.
El día de difuntos y Todos los Santos aquí era (y es) una cosa como más seria. De llorar y hacer misas. De ir a limpiar las lápidas al cementerio y ponerles flores. Al otro lado del charco, en cambio, hacen fiestas. Unas con calabazas, disfraces y sustos, otras con catrinas, flores y altares. Pero, si nos damos cuenta, todas estas tradiciones tienen un punto en común, se hacen con el mismo fin: recordar a los que ya no están.
Dicen que la Navidad, duele cada año más cuantas más personas van faltando a la mesa. Es cierto. Supongo que, aunque la Navidad nunca me gustó, se hizo más dura cuantas más personas con quienes tengo creadas recuerdos felices fueron faltando a cenar. Silla vacía, lo llaman. Pero, no sé al resto, a mí no me pasa solo en Nochebuena y Año Nuevo. A mí me pasa cuando pienso que dejamos de comer los domingos en familia porque cada vez faltaban más. Cada viernes cuando mi padre no entra por la puerta de casa. Siempre que me pongo las blusas de mi abuela. Sin ir más lejos, cada vez que consigo algo importante y me gustaría que me viesen lograrlo. O cada vez que entro al hospital.
También dicen que en los días que van del 31 de Octubre al 2 de Noviembre, la fina línea entre el mundo de los vivos y los muertos se estrecha tanto que pueden “venir a visitarte”. Por eso celebramos Todos los Santos, Halloween y el Día de Muertos, aunque lo hagan cada uno a su manera.
Yo prefiero pensar que vienen a visitarme que llorar su ausencia. Nadie nos dice que los duelos los vive cada uno de una manera íntima y especial. Aunque parezca de cajón, hasta que no lo vives, no ves la importancia de esas diferencias.
Todas las pérdidas son diferentes y son diferentes en cada persona también. Hay duelos de no querer salir de la cama. Otros, en los que el golpe es improcesable y te permite seguir haciendo tu vida como un robot hasta que un día te rompes por la cosa más tonta, como sacar un 10, querer decírselo a tu abuela y no poder. Otros, que se veían con antelación, y lloraste hasta días antes. Yo los he vivido todos. Y si, ahora, a duelo pasado, tengo que elegir una manera de recordar a mis muertos… es la mía. Así de sencillo. La que yo elija, la que a mí me encaje en ese momento.
En difuntos, lloramos su ausencia, de manera cristiana y seria. Con fe de que están en un lugar mejor, pero sin grandes celebraciones más allá de las religiosas y del cementerio. Porque, ante todo, tiene que ver con la muerte y la muerte es una cosa cristiana y seria. En Halloween, antaño, se supone que las personas se disfrazaban de criaturas para pasar desapercibidos entre los espíritus, que utilizaban las linternas de calabaza para guiarse. Porque los muertos y los espiritus, dan miedo. En el Día de Muertos, se dan ofrendas a los que ya no están para que las recojan cuando esa fina línea esté más difusa y nos vengan a ver. Porque nos siguen acompañando.
Y las tres perspectivas tendrán razón. La muerte es seria, asusta y te acompaña siempre.
Yo, a mis muertos, que no son pocos, los siento cerca todo el año. Con cada pequeño pasito que doy y me gustaría que viesen. Con cada consejo suyo que hubiese agradecido que me dieran cuando me pierdo en el camino. Pero es cierto que estos días, más si cabe. Estos días estoy especialmente sensible, estética halloweniana a parte.
Será que tengo una conexión especial con estas fiestas, será sugestión publicitaria o será porque es verdad que vienen a vernos para asegurarse de que estamos bien. A tanto no llego. Pero me gusta pensar esto último y celebrar la vida que han tenido, que me cuidan y me protegen cada día, y no pasarme la vida lamentándome y limpiando las tumbas que el resto del año apenas voy a visitar, solo por apariencia pura y dura.
Nuestros muertos nos acompañarán donde estemos. Porque de un duelo no se pasa página, no se superan. No los dejamos atrás, en el pasado. Solo seguimos viviendo con esa persona empujandonos de manera invisible. Los que nos quedamos en la tierra seguimos viviendo a través de esas personas, siguen presentes para nosotros y en nosotros. En presente, no en pasado.
Recuerda y celebra a tus muertos como quieras. En el cementerio o de fiesta. En plan día de difuntos o en plan halloween. Pero busca la manera que te encaje a ti.